NO MÁS AVIONES
Eran casi las siete de la tarde cuando me senté en mi asiento. Grande, acogedor y confortable. Estiré las piernas y, aunque estaba en clase turista, no choqué con el asiento delantero. Cinco minutos antes había llegado a la estación de tren de Pamplona. Tan sólo 20 minutos antes salía de casa. Me acomodé en mi asiento. Me puse mi reproductor mp3, silencié a mi móvil, y me relajé plenamente. Delante mia aguardaban tres y horas y media de completa e imperturbable paz. Atrás quedaba un fin de semana infernal, que deseaba olvidar lo antes posible, donde el mejor momento había sido ver como la pequeña Leyre, de ocho meses, devoraba con gran felicidad (o al menos lo intentaba) una galleta que le había dado su padre. Encima mía podía ver el poco equipaje que llevaba conmigo. Siempre a mano, siempre a la vista. Cuando llegara a mi destino, Madrid Puerta de Atocha, tan sólo tendría que coger el metro, bajarme dos paradas después, caminar un poco y llegar a casa.
Eran casi las doce del mediodía cuando, por fin, los viajeros que habían subido al avión delante mia, terminaron de guardar sus equipajes de mano en los maleteros, y se habían sentado. Me senté en mi asiento, pequeño y estrecho, junto a la ventana, me puse el cinturón, y me acomodé lo mejor posible, esperando poder dormir al menos un poco. Siete horas atrás me había levantado de la cama. Había cogido el metro en la Puerta del Sol y, dos transbordos, un autobús y hora y cuarto después estaba en la infernal y temida Terminal 4. Al ir a sacar mi tarjeta de embarque me encontré con la desagradable sorpresa de que mi vuelo estaba cerrado. Había llegado cinco minutos tarde. Apesadumbrado, me dirigí al mostrador de Iberia, para cambiar mi vuelo. Unos minutos y treinta eurazos después, tenía un billete para un vuelo que salía dentro de cuatro horas. Por suerte, Aena, Iberia, o quien fuera responsable, decidió amenizarme la mañana, haciéndome pasear de una puerta de embarque a otra por toda la terminal, incluida la terminal satélite. Al llegar al Aeropuerto del Prat, esperé pacientemente a que mis compañeros de vuelo recogieran sus equipajes de mano y salieran del avión. Una nueva espera hasta que mis maletas, afortunadamente, decidieron aparecer. Ya sólo me quedaba media hora de tren y otra media hora de metro hasta llegar a casa.
No más aviones...
4 comentarios
ace76 -
Joserra -
dee -
ace76 -