El despacho de Francisco Sigüenza era grande y lujoso. Butacas de cuero, estilográficas doradas y cuadros del fundador de RCIE S.A. A pesar de la prohibición, Francisco Sigüenza, director general de RCIE S.A. fumaba un enorme habano cuyo aroma se mezclaba con sus pensamientos en una nube de la que sólo le pudo sacar el timbre del interfono.
- Señor Sigüenza, Ataulfo Rodríguez ha llegado.
- Hágalo pasar.
A los pocos segundos, Ataulfo Rodriguez entró en el despacho de Francisco Sigüenza.
- Buenos días Ataulfo. Por favor toma asiento.
Ataulfo obedeció, y sin decir nada se sentó en la butaca que su superior le ofrecía.
- ¿Quieres tomar algo? ¿Un café? ¿Un vaso de agua?
- Es muy amable señor Sigüenza, pero no quiero tomar nada. Es casi la hora de comer.
- Entiendo.
Francisco Sigüenza se acercó a Ataulfo.
- ¿Cuantos años llevas en la empresa Ataulfo? ¿Venticinco? ¿Treinta?
- Treinta y un años exactamente, señor Sigüenza.
- Treinta y un años... - repitió pensativo Francisco Sigüenza - Treinta y un años...
Francisco Sigüenza dio una larga bocanada a su habano y, dirigiéndose a Ataulfo, retomó la conversación:
- ¿Sabes cual es el auténtico valor de esta empresa, Ataulfo? ¿Sabes cual es su motor, su pilar principal? No son los productos que manufactuamos, no... ni mucho menos sus directivos, ¡que va! Lo que realmente levanta esta empresa, el motor, el corazón de RCIE S.A. son las personas. ¡Las personas! Personas como tú, Ataulfo, que con su compromiso, su trabajo, sus valores, han sido fundamentales a la hora de llevar esta empresa a donde está ahora mismo. ¿Me has escuchado bien Ataulfo? ¡Las personas!
Francisco Sigüenza hizo una pausa tras la cual pareció recomponerse. Miró al infinito y se volvió hacia la ventana de su despacho, mientras seguía dándole bocanadas a su puro.
- Estamos viviendo tiempos difíciles Ataulfo, supongo que ya lo sabes. Pareces una de esas personas que leen periódicos y ven las noticias en el telediario. Tiempos muy difíciles Ataulfo. Nuestra querida RCIE S.A. se va a pique. La única opción que nos queda es hacer una importante reestructuración de personal, deshacernos de parte del más importante capital de la empresa: las personas.
Francisco Sigüenza se volvió hacia Ataulfo. Señalándole le dijo:
- Ataulfo, ¿te gusta tu trabajo? ¿Hasta donde llegarías para mantener tu puesto? Espera, antes de responderme, quiero preguntarte otra cosa, ¿cuantos años tienes, Ataulfo?
- Tengo 53 años, señor Siguenza - Respondió Ataulfo.
- 53 años... ¿Tienes familia? ¿esposa? ¿hijos? - Francisco Sigüenza hacía preguntas cuya respuesta ya conocía de antemano.
- Sí señor, tengo mujer y cinco hijos.
- 53 años, y familia numérosa. Ataulfo, ¿te imaginas lo que puede suponer para ti perder tu trabajo en este momento de tu vida? A tu edad ninguna empresa te contratará, y menos en la coyuntura actual. Te faltan más de diez años para jubilarte. ¿Como mantendrás a tu familia? Piensa en ello un momento, y después, respóndeme a la pregunta que te he planteado antes: ¿Hasta donde llegarías para mantener tu puesto?
Ataulfo ya había pensado en eso anteriormente. Para él supondría una tragedia perder su puesto de trabajo. Con varios hijos parados, otros simplemente vagos, y una mujer que siempre se había dedicado a las tareas del hogar, el sueldo que le daba su empresa era, no solo su único sustento, sino el sustento de toda su familia.
- Haría cualquier cosa que fuera necesaria para mantener mi puesto, señor Sigüenza - respondió finalmente.
- ¿Sabes lo que es un E.R.E, Ataulfo?
- Sí señor - Claro que lo sabía. No se hablaba de otra cosa en los pasillos de la empresa en los últimos meses.
- ¿Sabes cuanto le costaría económicamente a la empresa hacer un E.R.E?
Ataulfo no respondió. Él sabía que despedir a un trabajador, incluso si se hacía dentro de un Expediente de Regularización de Empleo, se le tenía que indemnizar, en función de convenios, acuerdos, etcétera. Pero no tenía ni idea de cuanto podía costar en total a la empresa. En cualquier caso, Francisco Sigüenza no le dio tiempo a contestar.
- ¡Demasiado dinero Ataulfo! Incluso haciendo un E.R.E. la empresa se declararía en bancarrota. Todos los trabajadores irían a la calle, y ni siquiera quedaría dinero para indemnizarlos. Todos... tú también Ataulfo... todos.
Ataulfo estaba muy intranquilo. Se daba cuenta de que la situación de la empresa era muy complicada, así como la suya en particular. Sin embargo, no acababa de entender porque Francisco Sigüenza le contaba todo eso. Nunca habían tenido una estrecha relación. Ni siquiera podía decirse que tuvieran una relación.
- Ataulfo... sólo hay una salida... un modo para evitar la quiebra, y evitar que todos perdamos nuestro empleo... incluido tú, Ataulfo. ¿Ves esa caja que está a tus pies? Abrela... y sabrás qué es lo que quiero que hagas.
En efecto, había una caja alargada de madera a los pies de Ataulfo. Se agachó, la abrió, y no pudo ocultar su sorpresa al ver su contenido. Dirigió la mirada hacia Francisco Sigüenza, entre asustado y temeroso.
- No te preocupes Ataulfo. La empresa sabrá recompensarte. Y te protegeremos. Puedes confiar en mi Ataulfo... y es tu única opción...
Ataulfo lo pensó cinco segundos, y decidió acceder. Cogió la escopeta que había en la caja alargada de madera que se encontraba a sus pies, se levantó y se dirigió hacia la puerta. Cuando ya la estaba abriendo, Francisco Sigüenza le detuvo.
- ¡Espera Ataulfo! - Por un momento pareció que Francisco Sigüenza lo estaba meditando de nuevo - Si pueden ser directivos, mejor. Cobran más.
Ataulfo asentió. Sujetó con más fuerza en sus manos la escopeta y salió del despacho de Francisco Sigüenza. Eran las dos y cuarto. El comedor estaría lleno.