PEQUEÑAS HISTORIAS DE MADRID
El otro día quede con Amaya en la parada de Moncloa. Salí por una de sus muchas salidas, y caminé un poco por la zona. De repente me sentí como si estuviera en el escenario de una película épica futurística, donde el pasado, el presente y el futuro se confundían los unos con los otros.
Enfrente mía, un enorme y majestuoso edificio antiguo presidía el lugar. A mi lado, un enorme pájaro de piedra vigilaba toda la zona desde su gigantesca columna. No demasiado lejos, un arco de triunfo conmemoraba otros tiempos, y un poco más allá se alzaba una moderna y brillante torre de vigilancia, desde la que seguro que extraños seres vestidos con monos metalizados controlaban las actividades de todos los madrileños.
Ahí, bajo la luz del anochecer, esperé que en cualquier momento apareciera un ejército de zombies mutantes supervivientes de un apocalipsis nuclear, o que un patrulla de vigilancia extraterrestre reparase en mi presencia y me convirtieran en su esclavo.
Pero nada de eso pasó. Mi curiosidad me llevó a preguntar a los transeuntes el nombre de esa calle... y nadie supo decírmelo. Mi intuición me hizo decidir que se trataba de la calle Princesa.
Está claro que aun me quedan muchos rincones que descubrir y muchas aventuras que vivir en esta ciudad.
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