EL PERRO DE LOS 900 EUROS
Antes de empezar, tres puntos, uno de ellos totalmente prescindible, y basado en una estadística empírica propia, y otros dos, dos realidades innegables de la sociedad, fundamentales para entender esta anécdota.
El primer punto dice que de cada dos viajes que se hacen en autobús entre Pamplona y Barcelona (o viceversa) en uno de ellos te encuentras con una persona. En mis últimos viajes antes del verano esta estadística parecía haberse desmoronado, pero en estos tres últimos viajes que he hecho me he encontrado con ocho personas, con lo que el dato vuelve a ser valido.
El segundo punto dice que en Barcelona existe gente como el neng, o al menos gente que habla como él.
En tercer lugar, está prohibido subir animales a bordo de los autobuses de Vibasa.
Pues bien, en mi último viaje a Pamplona, una pareja de "nengs", vamos, un "neng" y una "nenga", subieron con un perrito, camuflado para que el chofer no lo viera. El perrito era un cachorro de bulldog francés que valía 900 €, y que no dudó en mearse cuando no aguantó más.
Tras la obligatoria parada en Alfajarín, el perro volvió a subir con sus "nengs" dueños. Bueno, de hecho la dueña era ella. En esta ocasión el chofer, que por cierto tenía muy mala gaita, les vio, y les ordenó bajar el perro de ahí. Los dueños negociaron la amnistía del perrico, para que pudiera viajar arriba con ellos, que si viajaba en la bodega se moría, puesto que se trataba de una raza que tiene cierto problema respiratorio.
Los amargos quejidos de la chica no ablandaron el corazón de hielo del chofer, y el perro terminó viajando en la bodega. Yo me encontré con dos sentimientos contradictorios. Por un lado me daba mucha rabia que esa pareja hubiera subido un perro al autobús, cuando yo no los puedo subir, y tengo que pagar los gastos de viajar en coche a Pamplona, es decir, unas cuatro veces el billete de autobús. Pensaba que era un castigo perfecto para esos dos que su perro muriera axfisiado. Pero por otra parte, el perrico me daba pena. Era muy mono, y él no tenía la culpa de que su dueña fuera gilipollas. Incluso pensé en embarcarme en una cruzada contra la autoridad, desafiar a la muerte, y ponerme delante del autobús, impidiendo su salida, hasta que el perro fuera amnistiado, aun a riesgo de morir linchado por el resto de enfurecidos y cansados viajeros. Pero opté por no hacer nada, la solución más cómoda.
Entonces fue cuando la nenga se pasó el resto del viaje gritandole a su novio que ese perro era un bulldog francés y que le había costado 900 euros y que como se muriera la culpa era del chico y que se lo tendría que pagar. Y yo pensaba "será guarra la tia esta que sólo le importa el dinero que le ha costado el perro, que el perro en sí le da igual. Y si tanto te importaba el perro, ¿porqué no te has quedado con él en Alfajarín y nos has dejado a todos en paz?"
Al final el perro llegó sano y salvo a su destino, Tudela, meó y cagó en la estación de bus, sin que sus maravillosos dueños hicieran el más mínimo amago de recoger la caca, y todos tan contentos.
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dee -